En 2017 en el marco de las temporadas cruzadas Colombia-Francia, el ministerio de Cultura publicó un ligero comunicado, en respuesta a los reclamos realizados por algunas escritoras colombianas debido a la escasa participación de mujeres en las jornadas. El comunicado resultó ser una justificación rápida, porque seleccionaron “nombres de mujeres” para armar una lista que incluía a las participantes en las antologías traducidas y en algunos eventos de la temporada. En la lista se incluyó el nombre de M. A. Noreña como una de las “autoras” participantes. La anécdota no es menor, ponía en la mesa varios asuntos: primero, el poco interés de algunas agendas culturales por el trabajo de los autores de cómic, que salvo algunos nombres reconocidos, los demás resultan exóticos. Además de esto, el estilo de M. A. Noreña, con la facilidad de quienes usan las categorías para explicar algo, está asociado al cómic hecho por mujeres, desconociendo que en realidad se trataba de un autor.
Noreña a pesar de las ideas fantasmales que puede suscitar, es uno de los autores colombianos que ha estado de cerca —como autor, lector, divulgador— en las diferentes movidas que el cómic colombiano ha tenido en los últimos 30 años. Su trazo elegante, las tiras cómicas, sus fanzines, y su estilo a veces inclasificable, sumado al coleccionismo temprano y tardío, ha quedado registrado en documentales como Fanzinometría, Grapas o A la Postre Subterránea.
Tal vez, el poco interés de Noreña por hacer con el cómic —con ser autor de cómic— un vehículo para acumular seguidores,y ser de paso un artista tendencioso, y en parte invisible. Además de las experimentaciones en la página, las filiaciones con los cómics abstractos, y el hecho de “no hacer novelas gráficas” hacen de su trabajo, de sus tiras y comix algo de poco interés para editores y lectores que buscan “grandes temas” y cómics adultos.
A pesar de esto Noreña, es uno de los autores invitados al 45 Salón Nacional de Artistas, en el componente editorial Llamitas al viento: Cuadernos de cómic y dibujo. Algo que reconoce su trabajo de años.
En Revista Blast hablamos con él, sobre sus percepciones del cómic en Colombia, sus lecturas, sobre algunas ideas que circulan. No hablamos acá con amplitud sobre su trabajo, eso será algo que quedará pendiente en una futura conversación.
¿Cómo fueron esos primeros años como lector de historietas, en un ambiente donde no había tantas publicaciones disponibles?
Los inicios como lector de historietas son muy, muy… tempranos, de hecho. Prácticamente desde que aprendo a leer y escribir. Mi mamá me contaba que cuando ella trabajaba como agente de ventas, yo la hacía detenerse en los kioscos de historietas —estamos hablando de finales de los años setenta, comienzos de los ochentas—. Todavía era común ver historietas en kioscos en la calle. En esa época no sabía leer, me llamaban la atención y me queda absorto “leyendo” visualmente, mirando, haciendo mi primera idea de lo que veía y lo que sucedía en esos cómics. Es una relación temprana.
Otra relación es con los suplementos en periódicos de historietas en el país. En esa época vivíamos en Cúcuta (en la frontera) y era más común encontrar El Espectador y coleccionaba Los Monos, incluso tenía el primer número y empecé a coleccionarlos de manera rigurosa. Eso cambió cuando vinimos a vivir a Medellín. Acá solo se conseguía El Colombiano, y su suplemento de cómics nunca me pareció tan bueno. Incluso me pareció mejor el de El Mundo, el otro periódico local. En los Monos de El Espectador, en las últimas tres páginas, iban serializando cómics por entregas de los álbumes europeos, uno que recuerdo mucho es una serie de Mortadelo y Filemón, El sulfato atómico, las recortaba del periódico y de ese armé un volumen aparte. Además del suplemento del Tiempo y cómics de Disney, muchos que eran un poco más largos, y desde luego Condorito, Larguirucho.
Y de Colombia…
Material nacional muy poco, alguno que publicaban en Los Monos, Los cuidapalos, Los Marcianitos, Tucano que era un especie de “Tarzán” criollo. Ya a finales de los ochenta y principios de los noventas empecé a visitar librerías y a seguir el rastro de publicaciones y ser coleccionista de este material.
Usted ha visto de cerca lo que ha pasado en las publicaciones de cómic, por lo menos en los últimos 30 años en Medellín y en parte de Colombia ¿Cómo era publicar cómic en Colombia en esos años?
En Colombia han existido momentos, nuestra historia ha sido muy fragmentada. Desde los noventa hasta acá nunca existió una continuidad, siempre esfuerzos aislados, en blogs y fanzines. En los noventas lo que sucedió, al menos en Medellín, fue un caso de generación espontánea. Gente que no se conocía, con intereses y formación en cómic y que de repente se juntan. Nos encontramos en una de las primeras ferias del libro de Medellín en el año 93 y 94. Eso coincide con una visita de la gente que trabaja en Revista ACME, —que eran una generación mayor que nosotros—. En ese mismo espacio conocimos a los Zape Pelele, y Agente Naranja con Wil Zapata y Pablo Marín, desde ahí, nos asociaríamos para esa aventura que ha durado desde entonces.
Éramos muy jóvenes y veíamos que la gente hacía cosas por su cuenta, esa idea de Hazlo tú mismo, y como se le quiera denominar a ese espíritu. Nos dimos cuenta que existían los fanzines. De ahí salió Sudaka Comix, de la cual solo salieron dos números, había un tercero que nunca salió. Quizás tenía que ver con la influencia de los fanzines de punk: hacer uno solo de cómics.
¿Han cambiando los procesos editoriales: temas, estilos, oferta?
La oferta se ha ampliado considerablemente, desde ese tiempo acá es mucho lo que ha pasado. Las iniciativas y formatos han variado. Y de cierta manera, cada quien ha aprendido más sobre su oficio, sobre autoeditarse. Y respecto a la evolución de contenidos y de línea, han aparecido muchas personas nuevas. Aunque esas cosas siguen pasando por debajo del radar general de publicaciones y editoriales.
¿Eso hace que el cómic en Colombia siga siendo underground, no desde lo estético, sino por lo modos de circulación?
Hace unos doce o quince años intentamos armar un pequeño festival, cuando surgió Robot con Truchafrita , Tebo y otra gente. No conocíamos mucha gente interesada en hacer estas cosas. En ese momento era muy desolador. Tanto que buscábamos asociarnos con gente que de repente hacía caricatura de fisonomía o humor gráfico y otras cosas, pero sus intereses eran otros. Aun así uno haga cómics de superhéroes o Manga, en este país todo el cómic sigue siendo algo underground, sigue estando debajo del interés oficial. Desde hace diez años el interés ha crecido sobre todo porque eso se da a nivel mundial, no solo en Colombia. No lo llamaría un boom, pero para que existan muchas publicaciones de haber mucha gente trabajando. Lo que hay es un momento de interés creciente.
Han aparecido editoriales como Cohete, La silueta, Rey Naranjo, Panamericana editorial, Planeta cómics, Tragaluz editará cómics ¿Cual sería el estado del ecosistema nacional de editoriales que editan cómic?
En la edición de cómics en los últimos años en Colombia, está la idea de aprovechar el momento: “los cómics gustan, los cómics son algo de ahora”. Pero muchos editores que se han dado a la tarea no tienen la formación como lectores, sino de libro álbum, libro infantil y entonces tratan a los autores y proyectos como proyectos poco viables o absurdos, y por eso van a la fija con sacar biografías de grandes autores, adaptaciones de libros de literatura, porque esto es algo que puede entrar en convenios con bibliotecas, colegios; porque se supone que esto sirve como medio para la educación. No hay preocupaciones por la narrativa, por buscar estilos, y voces.
Aunque ahora hay más becas, estímulo y apoyos…
Claro, esa es una buena opción, aplicar a concursos a becas y estímulos. Aunque he visto mucho el panel de jurados y [entre ellos] hay mucha gente que no tiene formación como lectores de cómics, ha habido aciertos en los premios, pero la valoración, los resultados y la formación de calificación es dudosa.
Ahora el interés es más por eso que llaman “Novelas gráficas” pero se siguen dejando de lado géneros como las tiras, y eso ha excluido de algunas plataformas a trabajos como el suyo que no tienen esa ambición del gran tema, el gran contenido. ¿Qué implicaciones tienen que publicaciones de cómic se dirijan solo en ese camino de las novelas gráficas?
Eso es un síntoma, una apuesta segura a nivel comercial. Hay editoriales que solo le apuestan a tratar a un gran tema, en un formato de libro, a temas de interés del momento, sobre realidad nacional, adaptaciones de literatura, biografías de autores y autobiografía a nivel confesional con elementos que apunten a cierta minoría.
¿Eso se está volviendo el canon nacional?
Sí, dejando de lado la ficción en cómic, incluso la autoficción, que podría decir que es una cosa distinta a ese trazo confesional. Eso es muy distinto al cómic autobiográfico de Chester Brown, Julie Doucet, Seth, más allá de las historias biográficas, el contenido, la identificación con el público, la adolescencia, infancia, el primera amor, la angustia, más allá de eso era que estos dibujantes eran muy dotados como narradores gráficos, como historietistas, como lectores de cómics, con oficio, estaban produciendo obras de calidad, pero en esa vertiente. Aún así, desde hace veinte años se viene diciendo eso que estamos saturados de autobiografías. Pero esa queja es vieja, la saturación de cómic confesional, algo que es hoy el pan de cada día en Instagram. Pero hay niveles, hay una saturación con eso. Hay que explorar nuevas formas de contar y ahí uno nota carencias con esta movida.
Usted se formó como historietista leyendo cómics. Pareciera que a algunos autores no les interesa tanto leer sino hacer cómics, ¿qué piensa de autor de cómic sin tradición de lecturas?
Ese es un reclamo de rebeldía, y un reclamo generacional del que se precian: “yo hago cómics y no necesito, ni me interesa leer cómics para hacerlos”. Con eso tengo una posición bastante encontrada, hay gente que no ha tenido una gran formación como lector de historietas y eventualmente hay gente con mucho talento para la narrativa gráfica y lo hace muy bien. En el caso por ejemplo de [algunas] autoras que rechazan a ese mundo masculino de superhéroes, que es un mundo muy cerrado. Andrea Ganuza me contó cómo lo tipos se volteaban cuando ella ingresaba a la tienda y uno de ellos la señalaba diciendo en voz alta: “una chica leyendo cómics”. Quizás por eso se formaban otros núcleos para compartir otro tipo de lecturas, por otros cómics diferentes. Ahora bien, leer cómics era la escuela para nuestra generación, a nosotros no nos tocaron escuelas, cursos. Yo prefiero que el creador se interese por leer cómics y ver que existe un mundo inmenso de lecturas, y eso te plantea inquietudes, te hace empapar de autores, de géneros, de formatos. Si uno es lo suficientemente talentoso pues lo puede hacer, tal vez, prescindir de las lecturas.
Hay una pregunta que circula por ahí todo el tiempo ¿Cuáles son los autores importantes de cómic en Colombia? ¿Ya existe eso?
Yo creo que sí, hay unos que tienen un pequeño reconocimiento, pero siguen estando en una suerte de segunda división u otros que tiene un volumen de obra y no son reconocidos. A parte de Power Paola, que es nuestra superestrella y que más ha influenciado autoras, desde luego está Joni Benjumea, Inu, que es uno de los que más me gusta de todos, que ha sido editado por La silueta y es de los que tiene más constancia, Luto que tiene un cierto reconocimiento, pero más allá de eso su libro Viñetero es un joya, sobre todo porque es su trabajo a parte de sus historietas conocidas: ese trabajo experimental de ejercicios. Además están Trucha, Henry con Pablo, Camilo Aguirre, Lorena Alvarez que tiene un trabajo genial.
¿Qué es hacer cómic colombiano? ¿Existe esa cosa? Algo colombiano sería Power Paola, pero en parte su trabajo está influenciado por Julie Doucet, no es algo que brotó de un tradición de «cómic colombiano».
Es ese asunto de reconocimiento de elementos folclóricos, coloquiales, en la obra, por eso triunfan productos que tienen elementos exóticos para los extranjeros. Lorena Alvarez ha tenido mayor éxito en el mercado internacional, los temas que ella tratan son universales, su gráfica está unida al cine de animación, a otro tipo de dibujo, no creo que el tipo dibujo de Paola sea colombiano per se. Quizás hay autores con elementos reconocibles respecto a su entorno, como Inu, que si bien es muy bogotano, sus elementos son reconocibles para la ciudad y muchas ciudades de Colombia y de Latinoamérica. Eso de hablar de identidad a mí no me cuadra, y eso es como hablar de cómic en femenino, es una posición respetable. Eso segrega a la comunidad. Cómics son cómics. Lo digo porque la gente ve mis cómics y dibujos y se piensa que detrás está una mujer, esa es una valoración que no dice mucho, mis cómics no tienen género y los cómics tampoco tienen una nacionalidad. Esos apuntes me resultan fuera de lugar.
Esta es la primera parte de la entrevista a M.A Noreña. En una futura conversación hablaremos en detalle sobre su trabajo, sus métodos o juegos para hacer cómics y los temas que trata en ellos. Estén atentos a la segunda parte. Continuará…
[…] Marco A Noreña es autor, lector, divulgador de historietas y fanzinero. Influenciado en su obra gráfica por artistas como Raymond Pettibon, Richard Kern, Edward Gorey y Robert Crumb entre otros. Tiene una predilección especial por la experimentación y los cómics abstractos. Es un autor emblemático del llamado «Hazlo tú Mismo». Cómics suyos son, entre otros; Chico Condorito, las Punkeritas de Suburbio y Sudaka Cómix. Ha colaborado en diversas publicaciones nacionales e internacionales de cómic como Revista Larva y Carboncito en Perú y ha participado en varias ferias de fanzine e historietas como el Festival Entreviñetas, el Faire y la Feria Subterránea en Cali entre muchas otras a nivel nacional e internacional. Dueño de un elegante y estilizado dibujo que trabaja muchas veces en blanco y negro y también con experimentaciones con el color. Creador del taller de autoedición: No New Wave. Amante de publicaciones clásicas y fundamentales en la historia del cómic como Raw o El Víbora a la que considera su escuela, Marco es un firme promotor y defensor de la propagación del fanzine como medio expresivo. […]