Un lugar para los desposeídos

«¿Qué tal Gómez?» le pregunta una paloma a la otra mientras están suspendidas en un cable que se extiende por varias viñetas horizontales, la conversación sigue, otras preguntas aparecen, hasta que todo lo que se dicen, las palomas, deriva en el despido de Gómez de su trabajo. Luego de esta conversación surreal, que funciona a la vez como un prólogo, aparece Gómez, el verdadero; alistándose, siguiendo minuciosamente su rutina diaria, la misma que hace cada día, antes de salir caminando por las calles céntricas de Bogotá hacia su trabajo. Con esta alegoría surreal empieza la historia de El señor P (2017) de Henry Díaz, que es un viaje por el estado de inseguridad que viven a diario muchos trabajadores colombianos, un viaje que se da a través del cuerpo de un hombre que intenta construir un mundo nuevo mientras busca alternativas a pesar de su incierto futuro y las transformaciones inevitables que le esperan.

La vida de Gómez es apenas la superficie en esta historieta que nos muestra la desesperación, el miedo, la incertidumbre y otra serie de estados vulnerables que aparecen cuando somos cancelados de un trabajo. Gómez es un hombre asustadizo, mayor, que continuamente vive soñando con todo tipo de palomas, las cuales, además, lo saludan, le hablan y lo interpelan. A través de esas conversaciones, que se mezclan con pequeños diálogos con amigos y de otra serie de eventos desafortunados, la vida de Gómez se va transformando en un extraño drama delirante, en el que leemos las marcas y las consecuencias derivadas de la precarización laboral; los estados de miedo debido al incierto futuro laboral, y la incertidumbre a la que se enfrentan un trabajador, que sabe muy bien que si es despedido, no contará con muchas oportunidades.

Una de las primeras páginas de «El señor P».

A través de la vida de este personaje y la amenaza constante de su despido, vemos al empleado en su rutina diaria, que se mueve entre la desesperación y la angustia, pasando de un lugar a otro, de la casa a su trabajo, de la oficina a una plaza, mientras se escabulle, como puede, de su destino próximo: quedarse sin trabajo. De modo que, al paso de las páginas, y la sumatoria de otros eventos extraños, Gómez va sufriendo una serie de transformaciones que son el resultado de un cruce entre su mundo y el mundo animal de las palomas, mundos paralelos que al final de la trama social terminan siendo uno solo. Pero esto no opera como un simple recurso, porque el camino que Gómez recorre hasta transformarse en El señor P (o señor paloma) es una acertada representación gráfica del hombre moderno que vive agobiado, una imagen fantástica que refleja la situación de un trabajador que ha perdido todo su valor, y que en este caso dibujado, nos recuerda a una de tantas fábulas que escribió Franz Kafka.

Las rutinas de «El señor P».

En el Señor P se enlazan varios dispositivos narrativos que se anudan a la vida de Gómez, los sueños, las alucinaciones y las mencionadas conversaciones con animales, recursos que se van proyectando a través de los cambios de composición y las arquitecturas narrativas que usa el dibujante para darle forma al delirio de Gómez. Por medio de su conocido trazo, que es a la vez, ágil y limpio, y que acá aparece ajustado con fluidez a la historia, se narran con imágenes, juegos entre las viñetas, la inserción de rasgos y gestos de los personajes, sumados a la plasticidad y las formas que logra Díaz en esta historieta donde se dibuja, entre páginas y a una tinta, un mundo que está plagado de palomas.

Una de las fantásticas palomas que dibuja Henry Díaz.

Respecto a esto último, no es casual que Díaz use a las palomas como los animales centrales en la historieta. Como sabemos, estos animales son una especie abundante en la Plaza de Bolívar de Bogotá, animales que ocupan el espacio público como lo hacen los desempleados o muchos de los marginados que habitan a la deriva. Las palomas y sus formas, las vemos de principio a fin en la narración; en la conversación inicial, en las conversaciones con Gómez, ocupando todo tipo de lugares en la página y en la transformación física que va sufriendo el hombre en su cuerpo. No sobra decir, que las palomas aparecen como elementos esenciales en la historieta, siendo las representaciones de mayor atractivo en este libro, que bien podría ser considerado como un libro sobre la vida de estos animales en la ciudad. Y es que las palomas dibujadas por Díaz cobran vida en sus dibujos, que a pesar de no obedecer a las coordenadas realistas, logran con pocas líneas y formas, que veamos a estos animales como los personajes más vivos que aparecen en las páginas.

Como es habitual en las historietas de Díaz, prevalecen los juegos en las composiciones y los diversos modos de organizar la página; las experimentaciones con estructuras dibujadas, el énfasis en los detalles que hacen reconocible para el lector las calles, muros, interiores, parques y fachadas, que, en este caso sirven para representar y situar la ciudad en la habita Gómez. Con estas recreaciones, los lugares por donde pasa Gómez son escenarios asfixiantes que parecen no ofrecer muchas salidas. Es así que mientras vemos su extravío, aparecen entre las páginas las Torres Gonzalo Jiménez de Quesada imágenes de La Carrera séptima, un recuadro de La Casa de Nariño, fragmentos del Cementerio Central, arquitecturas que fueron dibujadas, no como decoración sino como parte integral de lo que se cuenta, logrando una recreación que se salta la fácil y reconocible marca exótica de la ciudad. En medio de una de estas representaciones, en una plaza, Díaz inserta un pequeño homenaje al dibujante Ernesto Franco, exponiendo una sutil convivencia de lo que se narra en El señor P con el mundo de Copetín del otro dibujante bogotano. Un punto que marca además una sincronía de esta historieta con la tradición colombiana.

Esta narración gráfica sin muchos artilugios, nos recuerda, en algunos pasajes, a las historias que dibujaron Yoshirio Tatsumi, Yoshiharu Tsuge y Masahiko Matsumoto, representantes del Gekiga o Manga adulto, dibujantes que ajustaron a la simple vida cotidiana elementos surrealistas, filosóficos y poéticos, tal y como lo hace Díaz acá, dándole un espacio a los marginados, a los vendedores que se la rebuscan, a los desempleados o los habitantes de calle sin mucha suerte, y a todos aquellos que permanecen y sobreviven en los linderos de ciudades sin muchas oportunidades, cuerpos sin alternativa, que ni siquiera siendo palomas encontrarán lugar para habitar un mundo que de a poco los excluye más.

Mario Cárdenas
Mario Cárdenas
Estudió literatura en la Universidad del Quindío. Ha escrito en diferentes medios sobre cómic y literatura. En sus ratos libres se dedica a tomarle fotos a "Caldera" su Bull terrier.

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